Isabel Burton en Tenerife
Isabel Arundell tuvo desde muy joven dos obsesiones: casarse con el polifacético Richard Burton y viajar a Oriente. Y las dos iban unidas. Solidaria y esposa fiel, viajó con su esposo siempre que le fue posible y le acompañó tanto en sus destinos diplomáticos como en muchos de sus viajes por todo el mundo. Aquí rescatamos parte del diario que escribió durante estos viajes, concretamente a su paso por Tenerife.
Por Lola Escudero
Bibliografía: Boletín 36
En la época victoriana surgieron algunas de las más grandes y fascinantes viajeras. Mujeres independientes, adelantadas a su tiempo que recorrieron un mundo aún por cartografiar. Algunas, como Isabel Arundell, no fueron exploradoras al uso, pero llevaron una vida de aventuras junto al hombre que amaban. Esta joven puritana, nacida en el seno de una conservadora familia católica de Inglaterra, descubrió junto a su esposo la pasión del viaje.
La romántica señorita Arundell conoció a Richard Burton en Boulogne (Francia), donde el veterano oficial británico se recuperaba de su delicada salud tras una larga estancia en la India. La atracción fue mutua y desde aquel día Isabel se propuso conquistar a toda costa a aquel hombre que ya por entonces era una celebridad. En una carta dirigida a su madre tras haber conocido al audaz explorador, le decía: “Me gustaría ser un hombre. Si lo fuese, sería Richard Burton; pero como sólo soy una mujer, seré la esposa de Richard Burton”.
Así lo describió en su diario: “Tiene el cabello muy oscuro, negras cejas sagaces y bien delineadas; semblante moreno y curtido, y auténticas facciones árabes; su boca y su barbilla expresan un carácter decidido y están cubiertas por un enorme bigote negro. Sin embargo, lo más notable de su aspecto son sus dos grandes ojos, negros y brillantes que te traspasan al mirarte”.
Todavía tendrían que pasar diez años hasta que Isabel consiguiera su objetivo, pero desde aquel día en Boulogne hasta la muerte de Burton, su vida se centró en adorar a este indomable aventurero, seguir sus hazañas y, una vez casados, acompañarle por todo el mundo. Mientras Isabel llevaba una vida aburrida y superficial en Londres, su “héroe” conseguía entrar disfrazado de árabe en La Meca y Medina, penetrar en la ciudad prohibida de Harar en Etiopía, cruzar el África Central en busca de las míticas fuentes del Nilo y escribir un buen número de magníficos libros sobre sus viajes.
Isabel nunca tuvo en cuenta la fama de libertino, extravagante, ambicioso y de difícil carácter que arrastraba Richard Burton, ni las muchas penalidades que sufriría junto a él. Ni su familia ni la sociedad de la Inglaterra victoriana comprendieron nunca ni a Burton ni a la propia Isabel. Pero la señora Burton idolatraba a su esposo y llevó junto a él una vida de aventuras impensable para una mujer de su época y condición social.
Richard Burton era un genio polifacético: militar, espía, diplomático, antropólogo, poeta y escritor prolífico. También fue un notable lingüista que hablaba con fluidez veintinueve lenguas, entre ellas el árabe y el hindi, y más de cuarenta dialectos. Hombre provocador y promiscuo –probablemente era bisexual– escandalizó a la rígida sociedad victoriana con su traducción al inglés de “Las mil y una noches” y textos eróticos orientales como el “Kama Sutra”. La gran pasión de Burton no fue su esposa, sino Oriente, que le arrastró hacia las regiones desconocidas de la actual Arabia Saudí y a las ciudades sagradas del Islam, en las que logró entrar disfrazado de peregrino afgano.
En 1861 por fin se casaron y a partir de entonces Isabel intentaría siempre acompañar a su esposo. Cuando llevaban sólo siete meses de vida en común, en agosto de 1861, Richard tuvo que dejarla en Inglaterra mientras que él viajaba a la isla de Fernando Poo para incorporarse a su nuevo puesto consular en África. El clima de la isla guineana era demasiado insalubre para una dama victoriana, y pese a la opinión de Isabel, que hubiese deseado viajar con su esposo, se quedó en Inglaterra, sola, durante un año y medio. Ella movió cielos y tierra para conseguir un permiso que permitiera a Richard regresar en Navidad y celebrar las fiestas juntos. Isabel se quejaba amargamente de su situación (“no soy ni una doncella, ni una mujer casada, ni una viuda”) y Burton decidió, para compensarla, llevarla a Madeira y Tenerife en su viaje de regreso a Fernando Poo, pero no más allá de ahí. Ese viaje a las Islas Canarias sería el primero de los muchos que compartirían.
En 1869 Burton fue nombrado cónsul británico en Damasco (Siria)e Isabel Burton pudo al fin cumplir su sueño de viajar a Oriente y seguir los pasos de sus admiradas antecesoras. En Damasco vivieron durante dos años en una palaciega mansión rodeados de una corte de sirvientes como auténticos emperadores. A diferencia de otras viajeras de la época, Isabel nunca consiguió desprenderse de los prejuicios inherentes a su clase y religión. Al menos, eso es lo que opinan muchos de sus biógrafos, pero otros la describen como una mujer valiente y bondadosa que sólo vi- vía para hacer la vida más cómoda y feliz a su extravagante marido. Ella se ocupaba de la intendencia de los viajes y del bienestar de su esposo; era su “secretaria privada”, le ayudaba en la traducción de manuscritos y buscaba incansablemente editores que publicaran sus obras. Gracias al empeño de Isabel, el original Burton probablemente no hubiera pasado a la historia como uno de los más grandes exploradores y orientalistas de su tiempo.
Isabel fue una excelente compañera de viaje para Burton y cuando éste murió se dedicó en cuerpo y alma a con- seguir el reconocimiento que le había sido negado en vida y limpiar su honor perdido. Para ello escribió una edulcorada biografía oficial sobre su esposo “The Life of Captain Sir Richard Burton”, en la que éste aparecía como un fiel católico. También se dedicó a censurar párrafos comprometidos de las obras de su marido e incluso llegó a encender en el jardín de su casa de Trieste una gran hoguera y arrojó a las llamas un buen número de manuscritos inéditos de Burton, entre ellos la traducción al inglés de la obra erótica “El jardín perfumado”, de la que el autor se sentía especialmente orgulloso. Era, tras treinta y cinco años de servil matrimonio, la primera decisión que tomaba por ella misma. Isabel Burton fue duramente criticada por este hecho, pero posiblemente fue solo un acto de liberación después de toda una vida de representando el papel de perfecta esposa.