La expedición filosófica de Alexandre Rodrigues Ferreira
El Siglo de las Luces, la Ilustración y las expediciones científicas de las naciones europeas hacia América y el Pacífico constituyeron las fuentes de inspiración del viaje ideado y llevado a cabo por el doctor Alexandre, entre 1783 y 1792, por las regiones interiores de la América portuguesa, a lo largo de la Amazonía, el Pantanal y el Cerrado. Se trata de la zona que hoy forma parte de los estados brasileños de Pará, Amazonas, Roraima, Rondonia y Mato Grosso. Naturalista con estudios académicos en Coímbra y Lisboa, poseedor de unas dotes excepcionales para establecer los contactos oportunos para sus fines, la visión de Alexandre Rodrigues Ferreira como expedicionario va más allá de la pura recopilación de datos. Avanza propuestas, y, de alguna manera, sienta las bases para los futuros caminos hacia el progreso.
UNA HISTORIA CON MORALEJA
Hacia el último cuarto del siglo XVIII, en el interior de la Amazonía, una mujer urdía un ingenioso plan para poner a prueba los sentimientos de su amado y cambiar irreversiblemente su suerte. Esta india recurrió a una especie de dote para asegurar su unión con un soldado de baja graduación, un cabo, de nombre Álvaro. Ella conocía un poderoso antídoto contra el veneno de serpiente, un conocimiento heredado de sus ancestros. La india, persuadida por Álvaro a que contase su secreto, dijo que lo haría si el cabo la llevaba con él a Belém do Pará, ya que una vez que le proporcionase el antídoto y revelase su preparación, caería en desgracia ante sus parientes, y probablemente la matarían. La pareja vino a amancebarse en Belém y el secreto se difundió. Se trataba de una planta, la ayapana, cuyo jugo contenía un poderoso remedio. Se llevó la planta al oídor de la ciudad de Belém, su eficacia fue comprobada por un médico local, y su cultivo se extendió de inmediato por todos los jardines y huertos del entorno urbano de la Amazonía. Los curiosos empezaron a hacer los más variados experimentos con el jugo de la ayapana. Uno llegó a envenenar a su perro con arsénico para salvarlo después. Este remedio rápidamente se hizo popular para curar distintos, males y se administraba tanto a señores como esclavos, a ricos y a pobres, a hombres y mujeres, personas y animales. Alexandre Rodrigues Ferreira dio a esta eficaz planta el nombre de Eupatorium Aypaina. En ese momento hacía ya tres años que el naturalista había dejado la lejana Lisboa y desembarcado en la capital de Grão Pará. El “Dr. Alexandre” iba al mando de un viaje filosófico.
EL VIAJE FILOSÓFICO Y LA CIENCIA ILUSTRADA EN PORTUGAL
En el Siglo de las Luces, Portugal se encontraba en una posición de desventaja con respecto al desarrollo científico europeo. Orgullosas de estar a la vanguardia en conquistas y en el conocimiento de ultramar en los siglos XV y XVI, las autoridades portuguesas llegaban al crepúsculo de la Edad Moderna con un sentimiento de decadencia, y la convicción de que era preciso reformar las Universidades y promover investigaciones acordes a las nuevos objetivos de la ciencia. Numerosas expediciones científicas visitaban diferentes regiones del planeta. Nombres célebres, como Charles-Marie de La Condamine, Louis-Antoine de Bougainville, James Cook o Joseph Banks– recorrían los territorios de América y Oceanía. Relatos y documentos de esas expediciones circulaban por todos los países y daban a conocer a sus protagonistas en Europa.
El discurso ilustrado se proyectaba sobre la naturaleza reduciéndola a descripciones, clasificaciones y apreciaciones de los estudiosos, que, con las enseñanzas de autores tan influyentes como Buffon y Linneo, veían el mundo como un universo a descubrir y medir por la ciencia. Los viajes filosóficos pensados por Domenico Vandelli, naturalista italiano radicado en Portugal, contribuían al esfuerzo que realizaba este pequeño país ibérico, titular de inmensos territorios ultramarinos, para seguir los pasos de otras naciones europeas. A tal fin se hacía necesario crear instituciones para la formación de profesionales que pudiesen dedicarse a la recogida, lasificación y conservación de elementos procedentes de los tres reinos de la naturaleza. El objetivo era constituir una colección diversificada, que estuviese a la altura de los museos naturales y jardines botánicos de la Europa del Setecientos.
El viaje filosófico dirigido por Alexandre Rodrigues Ferreira se proyectó asumiendo los elevados costes de una expedición con capacidad para rivalizar con otros viajes que le habían servido de modelo. Después de repetidos recortes de recursos –que seguramente frustrarían parte de las ambiciones científicas del viaje–, y tras una espera de cinco años en Lisboa, A. R. F. zarpó finalmente rumbo a Pará, llevando consigo a los ilustradores (riscadores) Joaquim José Codina y José Joaquim Freire, y al jardinero botánico Agostinho Joaquim do Cabo.
En el primer año la expedición exploró regiones más o menos cercanas a la capital de Grão Pará. En septiembre de 1784, Alexandre Rodrigues Ferreira dejó Belém y siguió hacia el oeste, hacia la Capitanía de Río Negro. Recorrió aldeas y bosques a lo largo de varios ríos amazónicos y, en marzo de 1785, llegó al río Negro, en cuya orilla se encontraba la villa de Barcelos, sede de la Capitanía. Dejó Barcelos en 1786, y siguió el curso del río Negro en dirección al fuerte de São Joaquim (en las proximidades de la actual capital del Estado de Roraima). En agosto de 1787, los expedicionarios se encontraban de nuevo en Barcelos, donde permanecieron por espacio de un año. En 1788 la expedición se dirigió hacia el sur, navegando principalmente por los ríos Madeira, Marmoré y Guaporé, y pasando por el fuerte Príncipe da Beira, para llegar a la sede de la Capitanía de Mato Grosso, Vila Bela.
Desde ahí partirían, en 1789, a explorar los territorios del Pantanal y del Cerrado de Mato Grosso, pasando por la villa de Cuiabá y regresando a Vila Bela en junio de 1791. En octubre de ese mismo año la expedición tomó el camino de regreso a Belém y, en enero de 1792, llegaron a la capital de Pará. Un año después Alexandre
Rodrigues Ferreira partía hacia Lisboa.
MUESTRAS RECOGIDAS, OBRAS ESCRITAS, DIBUJOS REALIZADOS
Durante el tiempo que estuvo en América del Sur, el naturalista siempre envió a Portugal muestras de plantas, animales, rocas y piezas de artesanía indígena. Con el entusiasmo de quien sentía que acababa de llegar al “paraíso”, envió la cabeza de un índio tapuia manifestando la “felicidad [de] remitir al gabinete de Vuestra Majestad una pieza de la que en los gabinetes de Europa não hay ejemplo”. Además de la infinidad de materiales recogidos, generó casi sesenta obras sobre el viaje (memorias, diarios, descripciones, observaciones), así como innumerable correspondencia. Los ilustradores de la expedición realizaron más de dos mil dibujos, desde representaciones de ambientes naturales, como plantas, animales o paisajes, hasta útiles, herramientas, adornos, rostros y cuerpos de amerindios, y aun representaciones de los ambientes coloniales rurales y urbanos.
Hay bastante debate sobre el legado de la expedición dirigida por A. R. F. Los más entusiastas lo consideran el Humboldt brasileño. El hecho cierto es que esta expedición no logró el éxito en el mundo científico de la época. Los escritos e imágenes producidos por la expedición han permanecido inéditos durante decenios, y se cree que podrían haber sido mejor aprovechados por sus contemporáneos conocer la naturaleza de una extensa región de América del Sur.
La imagen de Alexandre Rodrigues Ferreira, observada desde el punto de vista de la ciencia del siglo XVIII, queda a mitad de camino entre la del excepcional naturalista que no alcanzó el prestigio merecido por su brillante trabajo, y la de un viajero que recorrió extensos territorios sin conseguir un conocimiento significativo para la ciencia de su tiempo.
UNA EXPEDICIÓN COLONIALISTA EN LAS FRONTERAS DEL IMPERIO PORTUGUÉS
El cuestionable éxito científico de la expedición rivaliza con los evidentes triunfos geopolíticos obtenidos por los portugueses en América en las últimas décadas del siglo XVIII. Esto nos lleva a preguntarnos si este viaje filosófico no estaría más ligado a los intereses de la política portuguesa sobre los territorios de Pará, Amazonas y Mato Grosso, que al conocimiento científico. A la expedición se le exigió ponerse a las órdenes del gobernador de Río Negro, João Pereira Caldas, responsable del trazado de las demarcaciones de estas zona de la Amazonía.
El éxito portugués puede atribuirse en parte a la diplomacia, pero no cabe ignorar la fundamental importancia dada a los territorios de frontera. Alexandre Rodrigues Ferreira recibió la orden de João Pereira Caldas de registrar y valorar el “estado presente de la agricultura y del comercio, la población y manufacturas de los poblados”, cosa que, de hecho, el naturalista venía ya haciendo desde su estancia en Pará. Sus relatos muestran que había diferentes actividades económicas y relaciones de trabajo. En Pará consigna la producción de yuca, maíz, azúcar, arroz, café, cacao, añil, algodón, guaraná y “otras labranzas”, además de reseñar la existencia de alfarerías, hornos de cal, ingenios de azúcar y de arroz. Continuó tomando notas a lo largo de los ríos amazónicos, del mismo modo que lo hizo mientras estuvo en la Capitanía de Mato Grosso, donde describió las distintas actividades económicas que allí se desarrollaban (pesca, agricultura, ganadería, minería) y el estado en que se encontraban las poblaciones.
Su trabajo no se limitó a inventariar lo que había. Alexandre Rodrigues Ferreira expuso siempre sus propuestas. En agricultura, por ejemplo, introdujo nuevos cultivos y evaluó el potencial del cultivo comercial de plantas autóctonas. Hizo asimismo previsiones sobre la forma en que Portugal debería aprovechar las riquezas de sus colonias, diversificando la producción agrícola y no permitiendo la manufactura, a fin de que el Reino pudiera beneficiarse de la exportación de productos manufacturados a sus dominios ultramarinos.
Los territorios coloniales portugueses que visitó el naturalista han sido presentados como zonas explotadas muy por debajo de lo que ofrecían las fantásticas riquezas de su ámbito natural, una vez que se introdujese la mano de obra adecuada y métodos racionales de explotación. Esto demuestra los objetivos de la política reformista ilustrada ibérica, fuertemente influida por el pensamiento fisiocrático de dejar actuar a las leyes de la nauraleza. Y también por un sentido pragmático, que unía el carácter utilitario de la Ilustración a la pretensión de reformar y reforzar el colonialismo en el ámbito del imperio portugués. El viaje filosófico de A. R. F., y otros realizados en el mismo período a Cabo Verde, Angola y Mozambique, pueden entenderse como parte de esa estrategia.
A juzgar por los tratados diplomáticos y las cifras del comercio internacional en las últimas décadas de dominio portugués en América, la estrategia portuguesa logró importantes resultados, que impulsaron la economía de Brasil y mejoraron las cuentas exteriores de Portugal.
Desde este punto de vista habrá que considerar a Alexandre Rodrigues Ferreira como fiel funcionario de la monarquía, y un importante agente de la política portuguesa en América.
EL DR. ALEXANDRE EN LAS MALLAS DEL ANTIGUO RÉGIMEN
La trayectoria del “Dr. Alexandre” es un ejemplo, no tan infrecuente, de ascenso, en el ambiente del imperio portugués, de personas procedentes de las élites coloniales emergentes. Nacido en Bahía en 1756, era hijo del comerciante Manoel Rodrigues Ferreira, del que se sabe muy poco. En la primera mitad del siglo XVIII el volumen de actividades mercantiles en Bahía registró un importante crecimiento, debido sobre todo a la demanda de esclavos, que procedían de Costa da Mina. La trata de esclavos estaba vinculada al comercio de tabaco de tercera calidad (que estaba permitido), de importantes cantidades de oro (que era ilegal) y de otros productos coloniales. No sólo Bahía, sino otras muchas ciudades coloniales acogieron a comerciantes portugueses atraídos por las oportunidades que ofrecía al comercio la expansión de las fronteras.
Sabemos que Manoel Rodrigues Ferreira decidió que sus hijos Alexandre y Bartolomeu ingresaran en el seminario, aunque solo el último siguió la carrera religiosa. Enviado a Coímbra a continuar sus estudios, Alexandre supo atraer la atención de Domingos Vandelli, ofreciéndose a trabajar sin remuneración entre 1777 y 1778, mientras estudiaba como en Lisboa, entre 1778 y 1783, donde obtuvo el título de doctor, “estaba siempre dispuesto a hacer los experimentos que se le pedían”, sin recibir por ello más que cama y comida. Los planes de A. R. F. eran ambiciosos y a largo plazo. Requerían muchas pruebas de fidelidad, competencia y desinterés.
Cuando partió hacia Pará, y mientras cruzaba el Atlántico, hizo buenas relaciones con el nuevo gobernador y el nuevo obispo de Pará, que viajaban en el mismo barco. Durante los años siguientes, el “Dr. Alexandre” se relacionó con los gobernadores de las capitanías de Río Negro y Mato Grosso, además de hacerlo con diferentes potentados locales. De entre las dificultades encontradas por los expedicionarios, las molestias tropicales resultaron ser obstáculos más severos que los animales salvajes, los ríos de difícil navegación o los indios y extranjeros hostiles. Así, fallecieron el botánico de la expedición y uno de los ilustradores, Codina, mientras el otro enfermó gravemente durante largos períodos de tiempo. Alexandre se vio también acometido de estos males desde que estuvo en Belém. Si, cuando llegó a Belém, Alexandre Rodrigues Ferreira afirmaba estar en el “paraíso”, ya en Mato Grosso, tras largos años de viaje y enfermo, se sentía, en el “fin del mundo”. El apoyo que recibió en los momentos de enfermedad contribuyó a forjar una relación de fidelidad e intimidad con las autoridades que lo auxiliaron. Las muchas cartas
oficiales intercambiadas entre el naturalista y el secretario de Estado Martinho de Melo e Castro, principal autoridad a la que se encontraba subordinado, muestran una clara preocupación por parte de A. R. F. sobre el juicio que el secretario pudiese formarse sobre sus actitudes.
Se casó en Belém con la hija del comandante general de la plaza (capitão-mor) Luís Pereira da Cunha. Su padrino de boda fue el capitán general Francisco Marinho de Sousa Coutinho, quien le introdujo en el círculo íntimo de una familia de importantes estadistas portugueses.
Gracias a una intrincada red de alianzas y lealtades, el “Dr. Alexandre” se hizo con un capital de relaciones que le reportaron prebendas, cargos y privilegios. En 1783, incluso antes de partir de Lisboa hacia Pará, solicitó el hábito de alguna Orden Militar portuguesa, deseo que le fue concedido en Portugal, en 1794. Desde su regreso al Reino, y hasta su muerte en 1815, acumuló diversos cargos. Fue oficial de la Secretaría de Estado, vice-director del Real Jardín Botánico, y diputado de la Real Junta de Comercio entre otros cargos y beneficios. Intervino, con éxito, en los litigios en torno al ascenso militar de sus sobrinos de Pará y, en 1787, consiguió que su hermano fuera nombrado canónico en Bahía. Tras su muerte, su hijo fue nombrado oficial de la Secretaría de Estado y Negocios de la Marina y Dominios Ultramarinos. Estamos, pues, ante la figura de un naturalista del Siglo de las Luces que realizó una exitosa estrategia de ascensión familiar, típica del Antiguo Régimen.
RENDIJAS PARA EL AMANECER DE LA MODERNIDAD IBÉRICA EN AMÉRICA
Sería tal vez interesante considerar aún desde otro punto de vista el viaje de Alexandre Rodrigues Ferreira. Después de más de trescientos años de las primeras exploraciones europeas al interior de América del Sur, las relaciones entre los exploradores europeos y los distintos pueblos amerindios creaban situaciones que implicaban a los más variados personajes y escenarios, como se da en el episodio narrado al comienzo del texto. Los relatos del viaje filosófico pueden verse como pequeñas rendijas a través de las cuales se entrevén vestigios de esas tramas. Porque la expedición nos permite conocer los distintos usos que los habitantes de las villas, ciudades y poblaciones hacían de los recursos naturales, y cómo se mezclaban los usos y costumbres europeos con los de los indígenas. Tras describir el pez piracucú según las reglas de la ciencia del Setecientos, A. R. F. nos cuenta que “la lengua del pirarucú sirve a los naturales como instrumento para rallar guaraná y clavo de la tierra, la nuez moscada (…y) sus escamas sirven de lija a los carpinteros (…) y a otros artesanos de esta y de otras clases”.
La imagen que la expedición forjaba de si misma y de todo cuanto observaba debe ponerse en cierta perspectiva, ya que debemos cuestionar el discurso de una naturaleza desconocida, inexplorada e ignorada.
Ya en 1627, el franciscano Cristovão de Lisboa escribió una História natural e moral do Maranhão, ilustrada con 259 dibujos. Durante ocho años (1653-1661), el padre Antonio Vieira recorrió un extenso territorio entre Pará, Maranhão y Ceará describiendo diferentes características naturales y sociales. El misionero Samuel Fritz (vasallo de la Corona española) navegó por los ríos amazónicos a finales del XVII, y confeccionó mapas y relatos. El discurso ilustrado se sobreponía, así, a otros discursos que buscaban el conocimiento de América con fines europeos. Al igual que un mapa que, para parecer más actualizado y exacto, hace que los demás parezcan erróneos y obsoletos, esta expedición vino a sobreponer a las imágenes anteriores –producidas por autoridades, religiosos, cronistas, exploradores, súbditos de varias coronas– un discurso que se pretendía más exacto, correcto, preciso y científico.
LA IMPORTANCIA DE LOS SABERES INDÍGENAS
Buena parte del conocimiento “ilustrado” de esta y de múltiples expediciones más, se debe al contacto con los indios, los exploradores y los colonos. Cuando llegó al rio Branco, Alexandre Rodrigues Ferreira preguntó a un nativo qué ríos había a lo largo del recorrido. El indio inmediatamente cogió un haz de paja para representar el rio principal y, después, deshilándolo, mostró cada afluente, haciendo, incluso, un nudo en cada punto donde existía una población. El naturalista tomó nota de toda la información facilitada. Este borrador (cuyo destino se desconoce), junto con otros, permitió la producción de mapas para delimitar territorios. Silenciosamente la ciencia europea se iba apropiando del conocimiento indígena.
El “racional” Alexandre Rodrigues Ferreira podía llamar tapuias a todos los indios de las tierras que recorrió, ya que poco se diferenciaban por su genio y naturaleza, y sí mucho más por el color de su piel, que el clima modificaba, o por las deformaciones que causaban a sus propios cuerpos, como era el caso de los índios mahuas de Río Negro. Se hacía necesario cristianizarlos y civilizarlos.
Sin embargo, hay momentos en que los escritos de la expedición se alejan del discurso clasificatorio de la “razón”, y se hacen más ricos, dejando hablar a otras voces, como la de aquellos enamorados que llevaron a Belém el antídoto contra el veneno de serpiente.
O cuando vemos cómo, sin la ayuda y el conocimiento de los indios y sus técnicas, la expedición no habría podido desplazarse. O cuando narra la muerte del indio Caboquema, caído junto con un misionero carmelita luchando contra otros indios sublevados. O al referir las negociaciones, amistades y enemistades entre indígenas principales y autoridades portuguesas, donde aparecen personajes como la negra Vitoria, esclava de un portugués, raptada por los guaykuru, convertida más adelante en intérprete, y reconocida como negociadora de gran importancia para sellar la paz y las alianzas entre ese pueblo amerindio del Pantanal y los portugueses.
Mirando por estas rendijas menos oficialistas podemos vislumbrar la trayectoria de Alexandre Rodrigues Ferreira como un fragmento de una tupida trama de relaciones de poder, de trueques, alianzas y negociaciones que tuvo lugar en el proceso de la conquista y colonización de América. Se puede detectar un discurso heredero de los discursos de la conquista del siglo XVI, pero, al mismo tiempo, un discurso proyectado hacia el futuro, que imágenes de un territorio por civilizar, por desarrollar, por situar en las sendas del progreso. Imágenes que todavía hoy pueblan los discursos políticos y económicos sobre esas regiones, que causan la impresión de que los designios del viaje filosófico aún están por cumplir.
Para saber más:
Alexandre Rodrigues Ferreira – Viagem ao Brasil: a expedição philosophica pelas capitanias do Pará,
Rio Negro, Mato Grosso e Cuiabá, 1783-1792. Petrópolis, Kapa, 2006.
Memória da Amazónia: Alexandre Rodrigues Ferreira e a Viagem Philosophica. Coimbra, Universidade
de Coimbra, 1991.
Tiago Kramer de Oliveira