Soriapaluk, una aldea en la frontera del frío
TEXTO: Miguel Gutiérrez Garitano
El colmo del surrealismo es tratar de explicar la bajada de Celedón -punto culminante de las fiestas de La Blanca- a una mujer inuit que no habla ningún idioma a parte del inupiaq. En mi descargo diré que la situación nos vino dada, como vienen los aguaceros en las tardes de abril. El día 1 se presentó frente al Northabout una lancha rápida. Se trataba de una visita. El cazador Pullaq Ulloriaq y su hija Bebiane nos honraron con su presencia a bordo. «Los inuit son herméticos y desconfiados con los extranjeros. Es difícil que consigáis contactar», nos habían advertido algunos expertos. No fue así en nuestro caso. Montamos un sarao improvisado y le dimos al café, al chocolate y al oporto. «Schikool (salud)» decía el inuit cada vez que levantaba el brazo; con gestos y dibujos nos informó de su calendario de caza: Pescado en septiembre. Narbal en octubre. Oso polar en diciembre y enero.
Y buey almizclero y caribú en agosto. A los narbales los capturan en la bahía de Qaanaaq. Montan una flota de kayaks que esperan en su embocadura. Lo demás viene hecho. Pullaq nos explicó también los secretos de la delicatessen local: con una red atada a una pértiga captura pájaros en los acantilados. Después los mete con plumas y todo en la piel de una foca con su grasa, extraída en una sola pieza. Lo cubre todo de rocas para preservarlo de alimañas y lo deja podrir 6 meses. Pasado ese tiempo la exquisitez local se come cruda, en los momentos especiales. Terminadas las viandas, María Valencia sacó un taco de postales. De España y Euskadi. La idea era describir a los invitados nuestra tierra. A mí me tocó bregar con una postal con el Chupinazo de La Blanca. Se la expliqué a Bebiane. Me miró, como no puede ser de otra manera, como los bueyes a las procesiones. Están locos estos guiris, digo yo que pensó.
Soriapaluk es una aldea fascinante. La más extrema y septentrional de Groenlandia, sus vecinos viven todos de la caza. Contactar con ellos no es sencillo pero fraguamos un plan consistente en presentarnos por las casas regalando tartas. Funcionó a la perfección y pronto nos invitó a café el célebre cazador Nukagpianguak, un tipo jovial con la cara morena y curtida como la de un marinero. La tarde en su compañía y la de su numerosa prole, fue grata. Se moría de risa tras ataviar a María con pantalones de oso, parka de plumas de calca, y botas kamik de foca con forro de liebre ártica. También enseñó a Javier Zardoya el arte del látigo y el trineo y nos guió a todos por la galería de trofeos de su salón. Fue a Nuka -como le gusta que le llamen- que le preguntamos si iba a ser posible viajar hacia el norte. Se encogió de hombros y repuso: «El tiempo manda».
María con pantalones de oso, parka de plumas de calca, y botas kamik de foca con forro de liebre ártica / Rafa Gutiérrez
«La familia inuit consta de cinco miembros: la madre, el padre, dos hijos y un antropólogo», reza otra vieja chanza. El antropólogo de Soriapaluk era Naotaka Hayashi. Es japonés, pero estaba allí haciendo un trabajo para la Universidad canadiense de Calgary. Su trabajo era realmente meritorio. «Para entender los libros que enseñan inupiak tuve que aprender danés. Después vine aquí. Me costó dos semanas que me recibieran en la primera casa. Se habla un idioma diferente en cada costa. Y en cada pueblo. Y en cada familia. Estoy aquí para estudiar cómo los nuevos tiempos perturban las culturas locales.
-¿Factores como el cambio climático?
-Por supuesto. Entre otros. En los últimos años el clima ha estado loco. Años de mucho calor y otros de frío intenso, alternándose. Lo comentan todos los locales. Es un desbarajuste -zanjó.