Fantasmas del Mar de Baffin
TEXTO: Miguel Gutiérrez Garitano
Hay pocas experiencias en la vida más inquietantes que ver aparecer un iceberg entre la niebla. Lo vimos el tercer día de navegación desde Upernavik hacia el norte por la bahía de Melville; por supuesto, no era el primer bloque helado flotante con que nos topábamos; pero este venía velado de misterio por una bruma oleaginosa, típica en esta área del mar de Baffin.
La aparición había venido precedida por la -inesperada- presencia en cubierta del piloto Nicolai Litau, que hasta el momento, y dada la placidez que habíamos navegado las últimas horas, ni se había dignado a asomarse desde la cabina; pero algo había cambiado. Asomó esa cabeza clavada a la de Sean Connery cuando interpretaba al almirante ruso en el filme ‘A la caza del octubre rojo’, y anunció con misterio:
-Hay un iceberg frente a nosotros, entre la niebla a unos 400 metros.
Me fui a la proa, por si fuera preciso indicar ante una maniobra intempestiva de evasión; pero no fue necesario, Litau lo tenía todo más que controlado. Aun así se vistió con su indumentaria de navegación y salió al timón; desde la proa yo espiaba la niebla, con una sensación acuciante y fantasmagórica.
Mike Stuart y el experto en navegación polar Nikolai Litau decidiendo la ruta a tomar / Rafa Gutiérrez
Primero marcó una sombra, un corpachón negro en el vientre de la niebla. Después se dejó ver; blanco y azul y terrible en la cercanía. Pasó a pocos metros del Northabout, a estribor. Miré a Nicolai; y él me sonrió, enigmático, como quien ha jugado con un espectro y ha vencido.
Litau, una leyenda viva
Nicolai es una leyenda viva; escritor y aventurero, el moscovita fue el primer hombre en circunnavegar en un velero el Ártico y la Antártida; y -algo de lo que nos enteramos en primicia en el momento del viaje- recorman mundial, pues en 2013 llevó al velero Apostol Andrés -de 16 metros- a una latitud de 83º norte cerca de la Tierra de Francisco José. Daba gusto verle a los mandos de nuestro velero; ambos tienen cascos baqueteados y un sinfín de historias en su bitácora. Marino y piloto de hielo desde los años 90 nos da además su opinión respecto al cambio climático:
-En los 90 había muchísimo más hielo que hoy, eso es indudable. Era imposible alcanzar las cotas a las que se llega hoy; no obstante tal vez se tratara de un ciclo natural, porque en las memorias del explorador Nördjenskol este describe áreas que entonces eran mar abierto y hoy son hielo puro.
Formando un insólito pero perfecto equipo con Mike Stewart y Aitor Basarrate, nos han conducido con maestría entre los hielos de la bahía de Baffin; se relevan cada cuatro horas y nosotros cada seis. Pero, aprovechando que no hay noche en estas fechas, avanzamos trescientas millas en tres días, tratando de recuperar el tiempo perdido. Tuvimos mucha suerte con el tiempo y con el mar; y nos deleitamos con la vista de focas, ballenas y un sinfín de aves acuáticas.
Fondeados al norte del Cabo York
Tras este maratón nautico entre hielos y nieblas, fondeamos al norte del Cabo de York, conocido porque en esta área, de nombre Parker Snow Bust, descansó el barco del explorador Ross y porque en las cercanías se montó el primer puesto comercial danés a principios del siglo XX. El abrigo de este fondeadero natural -presidido por una playa que tiene una cabaña de caza- vino al pelo, porque el mar se encrespaba por momentos; y porque el agua está llena como nunca de la amenazadora presencia de los icebergs, escupidos por el cercano glaciar de Agpat Agpal.
El Northabout fondeado en una pequeña bahía junto al mítico cabo York. / Rafa Gutiérrez
Estábamos a 23 de julio, aunque tras los turnos intensivos y en medio de este día eterno, era difícil no sentir cierta desorientación temporal. La costa de la bahía de Melville, que se abría a nuestra izquierda, era una desolada sucesión de montañas cubiertas de hielo y nieve; «cuidaos mucho porque esa área es muy propensa a las tormentas en esa época«, nos había dicho Gina, una chica filipina que lleva 13 años residiendo en Upernavic.
El mismo explorador danés Peter Freuchen describía la bahía como un infierno donde los barcos naufragaban a menudo; al norte del cabo de York, no obstante, pasados ya los 76 º de latitud, al fin veo algo de verde en un par de pírricos fiordos. Quién me iba a decir a mí que un poco de musgo y un puñado de hierbajos me iban a dar semejante alegrón. La vida se abre su curso, y nuestras bazas siguen abiertas. Tras un descanso continuaremos hacia el norte.