Texto: Javier Reverte
Boletín 63 – Sociedad Geográfica Española – Los lagos de nuestra Tierra
En general, los lagos del mundo no son espacios que atesoren muchas leyendas, si bien es cierto que algunos dan pie a disparatadas fantasías, como el Long Ness con su famosa serpiente. Los imponentes lagos del norte canadiense, por ejemplo, son temibles por sus famosas tormentas, y el Victoria africano se ha llevado un buen número de vidas por delante con naufragios como el del “Bukova”, en 1996, en el que murieron cera de mil personas, a causa de que el trasbordador iba cargado con un exceso de pasajeros. En el Tangayka habita un cocodrilo, bautizado Gustave, que mide unos siete metros, tiene cien años de edad y, según dicen, ha devorado a más de doscientas personas. Y poco más. Pero el lago Tana, en Etiopía, es otra cosa. Por sus aguas discurren casi todos los mitos de la historia del país, y en sus islas palpita el espíritu hondamente religioso de su pueblo. Es un lago sagrado sin el que no puede explicarse Etiopía, la más singular de todas las naciones africanas.
LOS DATOS ESENCIALES
El Tana es la quinta superficie lacustre de África, por detrás de las del Victoria, Tanganyka, Malawi y Turkana. Su superficie es de 2.165 kilómetros cuadrados -84 kilómetros de largo por 66 de ancho- y su profundidad media, de 8 metros; u lugar más hondo no llega a los 15 metros. Cuenta con 37 islas, en 20 de las cuales hay monasterios coptos. Su fauna es muy rica y variada, con múltiples especies de aves, entre ellas el águila pescadora y el pelícano, además de mamíferos como el hipopótamo, reptiles como la pitón y el cocodrilo, y una especie dominante de pez, la tilapia, mucho más numerosa que el pez gato y la perca. Junto con la ciudad de Axum, al norte del lago, y la de Lalibela, al oriente, el Tana es parte sustancial del alma religiosa del país, como ya he señalado. Etiopía obedece a la iglesia copto-cristiana de Alejandría y, hasta hace pocos años, el arzobispo de la lejana iglesia ortodoxa de Egipto era el jefe –el “abuna”- de la etíope. Ahora, ya es siempre un obispo local el que ocupa el puesto de supremo director, que tiene su sede en Addis Abeba, la capital del país.
LAGO, ISLAS, IGLESIAS
Como he contado, en el lago hay 20 islas con monasterios coptos, algunos del siglo XIII, que son guardianas en muchos casos de antiguos códices escritos en la lengua “gue’ez”, una suerte de latín para el amárico, la lengua hablada hoy en día por los etíopes. En la isla de Kebran-Gabriel, por ejemplo, pueden admirarse viejos libros y, sobre todo, bellas pinturas murales en donde los santos y los ángeles tienen la piel blanca mientras que el diablo y sus acólitos son negros. En la isla de Daga hay enterrados numerosos emperadores de antaño, como Za Denguel, muerto a principios del siglo XVII, y Fasilides, que feneció a finales de la misma centuria. Se cuenta que, durante la ocupación del país por Mussolini (1935-1941), los monjes escondieron en un templo de la isla de Dek el Arca de la Alianza, que se supone le fue robada a Jerusalén por el príncipe Menelik, hijo de la reina de Saba, y que hoy permanece encerrada y oculta a la vista de cualquiera que no sea su guardián, en una iglesia de la ciudad sagrada de Axum.
LA GRAN FIESTA DEL TIMKAT
La fiesta religiosa más importante de Etiopía, la Epifanía, se celebra cada año entre el 19 y el 22 de enero en todas las poblaciones del país. Es una festividad muy colorida que consiste en una especie de “rebautismo” de la gente con agua bendita, en las iglesias, en piscinas al aire libre, en fuentes, con mangueras de riego… Todas las comunidades y congregaciones desfilan en procesiones con orquestinas, danzas y sus uniformes, paseando los “tabots”, réplicas del Arca del Alianza que se conservan en todos los templos del país sin excepción. La más espectacular de las celebraciones tiene lugar cerca de las orillas del norte del lago Tana, en la ciudad de Gondar, en los estanques que circundan los castillos de aire medieval –construidos en el siglo XVII- cuyo origen sigue siendo incierto.
EL NILO AZUL Y PEDRO PÁEZ
El Tana es considerado el nacimiento del Nilo Azul, una especie de dios fluvial para los pueblos que crecen en sus orillas, ya que recorre tierras desérticas en una buena parte de su cauce y trae prosperidad a los campos y los huertos de las riberas. Los riachuelos, que llegan al Tana desde las montañas del Oeste –y en particular las de Gojam, la más lejana fuente del Nilo-, forman un curso oscuro en su superficie, como una suerte de lengua, que corre hacia el lado sudoeste, desde donde sale convertido ya en Nilo Azul, viajando ahora hacia el sur. Y a poco de dejar atrás el Tana, el suave discurrir de su corriente se vuelve bronco al alcanzar las cataratas del Tis Isat (“el agua que humea”), en un salto de 45 metros reducido hace pocos años por la construcción de una presa hidroeléctrica. Curiosamente, este lago tan lleno de historia y de fe tiene una honda relación con España. En concreto, con un sacerdote madrileño, el padre Pedro Paéz, que fue el primer europeo que alcanzó a ver las fuentes del Nilo Azul en 1618. El jesuita Paéz, que había llegado a Etiopía en 1603 enviado a una misión en portuguesa, convirtió a dos emperadores al catolicismo, tradujo al portugués antiguos códices religiosos, llegó a atraer a más de cien mil etíopes al credo romano e, incluso, dibujó los planos y dirigió la construcción de un palacio para el emperador Susinios, en Gorgora, en las orillas del norte del lago Tana. Hoy, del palacio tan sólo quedan las ruinas y se supone que, bajo ellas, se encuentra la tumba de Páez, que murió allí en 1622, a los 58 años. Pocos meses antes de su fallecimiento, concluyó su monumental libro “Historia de Etiopía”, de cuatro tomos. Todavía es considerado como un trabajo esencial para el estudio del pueblo etíope, y en él se contienen descripciones de la geografía, la fauna, la flora, las costumbres, la historia y la religión del país africano. En su prólogo, Páez afirma que todo lo que relata, o bien lo ha visto con sus propios ojos, o se lo han contado diferentes personas. Desde un punto de vista científico, es un libro de una modernidad apabullante… Hay un ferry –o había hasta hace poco- que cruza el Tana semanalmente entre Bahr Dar, al sur del lago, y Gorgora, al norte. El viaje dura día y medio y va parando en varias de las islas, tomando y dejando pasajeros. Es una delicia de viaje, navegando sobre aguas mansas, seguido por el vuelo de decenas de aves, y cruzándose a menudo con los “tankwas”, frágiles barquitas construidas con bambú que son el habitual medio de transporte, desde hace siglos, del bello lago Tana.
El agua, literalmente “fuente” de vida, es venerada en todas los religiones y ritos del mundo, independientemente de la época en que se hayan gestado, el lugar en que se encuentren y el idioma en que se celebren. Su valor purificador, su estatus fronterizo entre el mundo de los vivos y de los muertos, y su simbolismo como renacimiento hermanan culturas y credos a lo largo y ancho del planeta.